jueves, 7 de abril de 2011

Molleja, el borracho de la calle: esas vidas también hay que escribirlas

Los humildes y los pobres, los de la calle, los poco recordados por los escritores de vidas, "el dios andrajoso" de que hablaba el joven poeta Luis Muñoz Marín en 1919. Ese ha sido un tema preponderante en mi vida. Por eso, cuando hace unos cinco años alguien me propuso durante unas fiestas patronales de mi pueblo de Manatí que hiciéramos un estudio de conjunto de los miserables callejeros del pueblo: Chele el Lambío, El Nene Quirinaqui, Musa, Liberal, El Mudo, Huracán, Chicote, Tirito, Pelujilla, Revulú, Estilo, Angel el Soco, Bucacé, Molleja y otros, se me ocurrió reconstruir algún boceto, a modo de remembranza, de uno de ellos, para empezar, cuyo aspecto, ademanes y escenarios me parece "verlos" aún en los días de mi adolescencia en Manatí. 

En agosto de 2006 visité el Centro Geriátrico Virgilio Ramos Casellas de mi pueblo. Allí logré entrevistar a don Rafael Pagán Soto, mejor conocido como Molleja. Tenía noventa años y su salud estaba bastante deteriorada, aunque me dijo que lo atendían muy bien y se sentía a gusto entre los empleados y compañeros de albergue. No obtuve mucha información. Molleja era tímido, no hablaba mucho y parecía algo confundido ante el hecho de que alguien se apareciera inesperadamente a ocuparse de su vida, a entrevistarlo y fotografiarlo. Logré, no obstante, convencerlo de que mis intenciones eran legítimas y desinteresadas.

El 6 de septiembre del mismo año regresé al Centro en busca de más información, ya que me había enterado de que Molleja falleció poco antes. Extraje algunos datos de su expediente mínimo, y de los recuerdos de algunos companeros de asilo. Esto, junto a otras memorias de entrevistados en el pueblo, y mis recuerdos personales, me sirvieron para montar el breve esbozo que sigue.

Rafael Pagán Soto nació el 6 de junio de 1916 en Ciales y murió el 11 de diciembre de 2006 en Manatí, ciudad donde creció y vivió la mayor parte de su vida. Cuando joven, su familia se ubicó en la llamada carretera vieja de Ciales a Manatí, cuyo pueblo era entonces el centro regional de atracción para los municipios de su periferia. Miles de aledaños buscaban en el  Manatí de comienzos del siglo XX una mejor vida en todos los sentidos: trabajo, educación, futuro. Molleja y su parentela sin duda fueron parte de aquel contingente de emigraciones internas que signaban aquella época histórica del pueblo, en la que las señales económicas y educativas eran relativamente prometedoras.

Nunca conoceremos los detalles de la juventud de Molleja, aunque no es difícil imaginar sus luchas, junto a los de su sangre, por vivir y sobrevivir, sobre todo en el Puerto Rico de la Gran Depresión de la década de los años treinta en adelante. Era el país de los tiempos muertos, los abusos empresariales, la perenne escasez, depresión y desesperanza. Tampoco conoceremos los factores e instancias específicas que indujeron a Molleja al alcoholismo; aunque vale añadir que era esa la salida predecible de muchos miles de personas cuyos sueños e ilusiones originales tropezaron trágicamente con los muros de la realidad.

Molleja era el borracho más famoso del Manatí urbano. Era el "atómico" conocido por todos, que al igual que en los demás pueblos era visto en muchos rincones de la localidad, zarandéandose al ritmo de los recipientes de los alcoholes que parecían ser parte de sus manos. Molleja, de cara pálida, pelo algo claro y suelto al aire, se las pasaba dando "un pasito pa´lante y otro pa´trás" y lanzando puños al aire a algún adversario anónimo, contra el cual profería palabras misteriosas ¿acaso reproches a enemigos recordados? Cuando estaba tranquilo, la caneca que acariciaba era su amiga, con la que dialogaba más serenamente.

Entre aquellos incontables miles de borrrachos que poblaban las calles y veredas del país había una especie peculiar. Era el atómico que pese a su apariencia agresiva, era en relaidad, bueno, sencillo, pacífico, decente y sobre todo, confiable por su honradez sorprendente. Decir Molleja en Manatí era referirse al borracho bueno y decente. Paquito López me dijo: "Era humilde, no molestaba a nadie." Y su prima Esther Milagros afirmaba que era "de la confianza del pueblo.". Víctor Acevedo recuerda que "no molestaba a nadie y no era pidión." Para Acevedo, Molleja, "mientras más borraco, más decente era."

Molleja se ganaba sus chavitos para comer y beber. Empezó, como muchos, limpiando y lustrando zapatos. Hacía mandados de todas clases, limpiaba, barría, compraba sellos para la gente que los encargaba desde sus casas, cargaba mercancía a comerciantes y particulares. Iba a donde fuera necesario para ganarse el sustento y saciar su sed incontenible. Por eso es que me llamó la atención la variedad de sus desplazamientos por el pueblo. El Polvorín del antiguo cementerio fue su sede. Se le veía más a menudo alrededor de la plaza y frenta la negocio de limbers y maví de Pepe el Pinto. Se podía encontrar en La Liga, en El Acueducto, la Plaza del Mercado, El Ensanche, el matadero, el Alto del Cabro, frente a la panadería La Moderna o al lado de la Alcaldía, haciéndole saber a Joaquín Rosa que estaba disponible. Siempre trabajando en algún "guiso", sacando retazos a la vida pueblerina para vivir y beber. Nunca pidiendo. La gente le dada trabajo y ayudas adicionales porque se lo merecía.

El alcalde y varios comerciantes y demás ciudadanos  le hacían un encargo muy particular. Lo enviaban a hacer compras en la Calle Mckinley o a hacer depósitos de dinero en efectivo en el banco. Molleja siempre regresaba con las mercancías encargadas y el vuelto correspondiente del dinero que se le entregó, así como los recibos de los depósitos, sin memoscabo alguno de las cantidades que se le encomendaban. Molleja se hizo famoso, no solamente por ser un trabajador ubicuo, sino más aún, por su honradez. La honradez de Molleja es la que siempre ha estado en la memoria y los labios de todos los testimonios consultados y en mi propios recuerdos de lo vivido en su inmediatez.

Nadie supo decirme por qué le decían Molleja. Cerca del final de su vida bebió mucho menos, los más cercanos lo cuidaron mejor, frecuentó una iglesia y lo acogieron en un asilo. Poca gente fue a su entierro, solventado por el Municipio, el 13 de diciembre del 2006. El Profesor Germán Laureano recuerda que cuando Ruth Fernández, famosa por su interpretación de "La borrachita", iba a actuar a Manatí, por quien primero preguntaba era por Molleja. Paquito López asegura que "a Molleja todo el mundo lo quería, hasta los perros lo querían". Y otro complueblano me dijo con fuerza en su voz y mucho sentimiento a flor de labios: "¡El que hable mal de Molleja no tiene vergüenza!"

¡Qué biografía colectiva extraordinaria espera como reto al investigador/escritor astuto e imaginativo en sus metodologías de búsqueda, y de fina sensibilidad, para penetrar este inmenso universo humano con faz pública de tragedia burlada por los más, pero con fondo y noblezas no contadas! 

[Versión abreviada de un ensayo/conferencia de Carmelo Rosario Natal, octubre 2008] 

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