sábado, 13 de abril de 2013

Manatí en el siglo XVIII: historia y sociedad

Es casi inexistente la bibliografía sobre los pueblos en formación y recién fundados a comienzos del siglo XVIII en Puerto Rico. En mi agenda de trabajo me he propuesto hacer algunos aportes sobre el particular. En noviembre de 2012 se publicó mi libro La fundación de Manatí y otras manatieñadas histórico-culturales (Ediciones Puerto), en cuyo trabajo articulo un nuevo estudio sobre el proceso largo que tiene su punto culminativo formal en febrero de 1738. Como secuela de dicho estudio adelanto al presente la redacción de un nuevo libro que se publicará a fines de este año, con el título, tentativo, de Manatí en el siglo XVIII: historia y sociedad. En este trabajo se utiliza documentación impresa y materiales inéditos provenientes del Archivo General de Indias de Sevilla, además de lo más granado de la bibliografía general disponible.
 
El libro consta de tres partes y un apéndice documental. En la primera parte se esboza la historia institucional del pueblo a lo largo del siglo, identificando y destacando la figura de los Tenientes a Guerra, los Alcaldes de la Santa Hermandad y las Milicias Urbanas y las Disciplinadas. A continuación se tratan aspectos novedosos de la historia de  la parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria y San Matías Apóstol, subrayando momentos clave en que la ciudadanía se integra a los esfuerzos de reconstrucción del templo, que llega a ser el más bello y mejor construido de la isla, según lo declaró el historiador Fray Iñigo Abbad. La segunda parte del libro recoge los principales elementos de la historia económica del pueblo, con énfasis en las economías de los hatos, las estancias y del limitado comercio con la capital a que se reducían las posibilidades entonces. Se estabecen las maneras en que se formaban las elites terratenientes del poder y el dominio de unas pocas familias, que tendían a autoperpetuarse. No faltan en esta parte elementos relacionados con las maneras de producción, distribución y comercialización de los productos. En la tercera y última parte, se intentará articular cómo era la vida y la cotidianidad del grueso de la población, más allá de las minorías poderosas que detentaban la riqueza y el poder. Este reto puede atenderse tanto desde la perspectiva de la documentación accesibe - si bien dispersa - como del uso razonable y cuidadoso de la imaginación histórica; imaginación que se puede utilizar, entre otras estrategias, como instrumento para derivar detalles indocumentados, aunque de lógica y diaria ocurrencia. El apéndice documental será interesante en cuanto inédito y revelador de particularidades inesperadas.
 
Espero que los estudiosos interesados en el tema y que tengan algo que aportar a este esfuerzo, se comuniquen conmigo para intercambiar ideas, materiales bibliográficos y documentales.
 
   
 
 

miércoles, 10 de abril de 2013

Eduardo Giorgetti y Fernández Vanga: un manatieño de impacto

Eduardo Giorgetti y Fernández Vanga: un manatieño de impacto


 

por Carmelo Rosario Natal


 

[A comienzos del año de 1968 iniciaba yo una investigación biográfica en torno al insigne manatieño Don Eduardo Giorgetti y Fernández Vanga, con el propósito de contribuir al menos con un ensayo inicial sobre una figura tan importante como desconocida por el gran público. En medio de mi trabajo se me ocurrió escribirle a Don Luis Muñoz Marín para que aportara algunas cuartillas sobre sus recuerdos del hombre que había tenido una amistad fraternal con su padre, Luis Muñoz Rivera. El padre de Muñoz Marín murió en la casa y en los brazos de Giorgetti en Santurce en 1916. En carta que me cursara Muñoz con fecha del 15 de junio de 1968, en contestación a la mía, apuntaba que con gusto complacería mi petición. Eventualmente no tuvo el tiempo disponible para remitirme sus recuerdos personales de Giorgetti. No obstante, había escrito de su puño y letra en mi carta de petición, una nota en la que solicitaba al distinguido catedrático universitario, escritor y miembro de la intimidad familiar de Giorgett, el Dr. José A. Balseiro, que le remitiera a él (Muñoz) sus recuerdos (los de Balseiro), a fin de hacérmelos llegar para fines de mi investigación. Así ocurrió. En lo que sigue, incluyo (1) las breves notas preliminares que logré articular entonces sobre los primeros años de Giorgetti, según las he encontrado en mi archivo. Las reproduzco sin las notas al calce, aunque con la aclaración de que las mismas están disponibles para quienes las interesen (2) el excelente testimonio que Balseiro remitió a Muñoz, y que éste me hizo llegar. Pasaron treinta y cuatro años antes de que al fin apareciera un libro sobre Giorgetti. Recomiendo, de la Dra. Delma Arrigoitia, Eduardo Giorgetti y su mundo, San Juan, Ediciones Puerto 2002]


 

Notas sobre Eduardo Giorgetti y Fernández Vanga (1968)

Para quien viaje por nuestros pueblos les será fácil observar que en muchos de ellos hay hay una calle dedicada a don Eduardo Giorgetti. Este nombre alterna con los de patricios tan insignes como Hostos, Muñoz Rivera, Betances, Barbosa, De Diego y Baldorioty. No obstante, apenas conoce la nueva generación los títulos que le ameritan a este hombre figurar entre tan distinguidos puertorriqueños. Es simbólico de este desconocimiento el hecho de que en varios pueblos ni siquiera de deletrea correctamente el apellido Giorgetti en los rótulos de las calles. Aparece como "Georgetti". Su pueblo natal es uno de ellos.

Don Eduardo Giorgetti y Fernández Vanga nació el 11 de ocubre de 1866 en el barrio Manatí Abajo (hoy Barceloneta), que entonces pertenecía a la jurisdicciónde Manatí. Su padre fue Don Pedro Giorgetti Battesti, natural de Córcega, quien al terminar sus estudios de medicina en Francia vino a ejercer su profesión en Manatí. El Dr. Giorgetti contrajo nupcias con la dama manatieña Guadalupe Fernández Vanga y Freytes. El matrimonio se estableció en el lugar conocido hoy día como Paso Real en el barrio citado, en un viejo caserón denominadao La Casa de Cristal. El retoño de los Giorgetti-Fernández Vanga quedó huérfano tempranamante, puesto que su madre murió a los pocos meses del alumbramiento y el padre falleció algún tiempo después. La familia Fernández Vanga acogió al infante y eventualmente le asignó como tutor a un tío, hermano del Dr. Giorgetti, quien lo preparó en las primeras letras hasta que lo pudo enviar a cursar sus estudios de Bachillerato en el colegio de jesuítas de la capital. Al morir el tío y tutor, un hermano de éste, quien era abate y residente en Córcega, logró que la familia Fernández Vanga le autorizara a llevarse el joven a dicha isla a terminar sus estudios secundarios. Allá terminó el joven Giorgetti sus estudios en el Liceo de Córcega, regresando a Puerto Rico en 1866, a la edad de veinte años. El recién graduado había retenido la ciudadanía francesa, que era la de su padre, y su tío – el abate – insistía en que el joven regresara a Córcega para vivir definitivamente en en el seno de la cultura francesa. No obstante, Giorgetti optó por quedarse en Puerto Rico. Fue entonces que se hizo ciudadano español.

En 1888 Giorgettí contrajo nupcias con Doña Áurea Balseiro Dávila, distinguida dama de la sociedad arecibeña, hija de Don Rafael Balseiro Maceira y Doña Aurea Dávila y hermana del que sería laureado compositor y pianista Rafael Balseiro Dávila. Doña "Yuya" sería la compañera inseparable de Giorgetti y su alto sentido de caridad cristiana, junto a su talento y sensibilidad artísticos, cimetarían un hogar que le proporcionarían a Giorgetti muchos de los mejores momentos de su vida. El matrimonio no procréo hijos, y después de veinticinco años de casados los esposos vieron desvanecerse sus esperanzas de legar un heredero directo cuando en 1913 Doña Yuya dio a luz un niño muerto.

El joven matrimonio se estableció por un tiempo en la finca "Buen Amigo" que Don Eduardo compró en la jurisdicción de Bayamón, más al no acostumbrarse su esposa, regresaron y se establecieron en Arecibo. Allí, eventualmente, Giorgetti se asoció a su suegro, Don Rafael, en una empresa que sería el comienzo de una larga y próspera actividad financiera que le convertiría en uno de los hombres más acaudalados de su tiempo. Giorgetti había heredado gran parte de la fortuna de su padre, que consistía en grandes extensiones de tierra en Barceloneta. Muy emprendedor y con grandes ambiciones, encontró Giorgetti en su suegro, persona muy experimentada en los negocios, el amigo y consejero práctico. La nueva sociedad adquirió por compra una amplia hacienda semiarruinada que había pertenecido a los propietarios manatieños y barcelonetenses Kortright, Cayols y Annexy. Poco a poco se mejoró y amplió la nueva propiedad, gracias a la laboriosidad y tenacidad de los nuevos socios, y también al gran empeño de los señores José Fernández Vanga, tío de Giorgettti, y de Agustín y Manuel Balseiro, también parientes suyos. Este fue el origen de la Central Plazuela de Barceloneta, uno de los ejes principales de la economía del azúcar en Puerto Rico, y la más valiosa de las propiedades que constituyeron la inmensa fortuna que llegó a amasar Giorgetti. Al morir Don Rafael Balseiro Maceira en 1902, Giorgetti se encargó de la empresa, al adquirir por compra la participación de los herederos de Balseiro y ampliar sus operaciones a Arecibo, donde adquirió la central Los Caños.

Fue durante los últimos años de la dominación española en Puerto Rico, mientras se iniciaba en el mundo de los negocios agrícolas y financieros, que Giorgetti hizo su primera incursión en las lides políticas. Se disputaba aún entre el liderato liberal lo que debería ser la orientación definitiva del autonomismo insular. A comienzos de 1887 se había organizado el Partido Liberal Autonomista bajo la dirección de Muñoz Rivera y el Licenciado Juan Hernández López. En el otoño de ese año estos líderes recorrían la isla en una de sus fogosas campañas. En la ruta entre Barceloneta y Arecibo se les acercó un grupo de jóvenes entusiastas a caballo, quienes después de escuchar las palabras de Muñoz Rivera, hicieron su adhesión al Partido Liberal. A la cabeza del grupo y acompañado por su suegro y socio, Don Rafael, estaba Eduardo Giorgetti. Este fue el comienzo de una relación ininterrumpida en lo político y de una reconocida y comentada intensidad fraternal en la amistad que caracterizó a Giorgetti y Muñoz Rivera hasta la muerte de éste último.

La influencia de Giorgetti en los círculos financieros y políticos de su distrito y de la capital aumentaba rápidamente y ya para comienzos de 1898 el hijo del médico corso era un factor de mucho peso en la balanza política de aquellos críticos meses con los que se inició el último año de la dominación española en la isla. Durante el año de 1897 hasta |abril de 1898 ejerció como alcalde de Barceloneta. Cuando se pacta en dicho pueblo la Unión Autonomista Liberal, los líderes de la localidad le ofrecieron la presidencia del comité a Giorgetti, la que aceptó gustosamente. Al enterarse de la ruptura de la Unión a fines de marzo, Giorgetti convocó al comité que presidía, expresándose en los siguientes términos: "Lamento en el alma la ruptura de la Unión Autonomista Liberal. Yo como puertorriqueño la deseaba de corazón y no puedo estar conforme con ella…Si milité en el partido liberal sagastino fue creyendo que de esta manera contrarrestábamos mejor a nuestros adversarios; pero yo nunca he sido tal fusionista y sí únicamente un autonomista de corazón, por lo cual, viendo las represalias que dirigen uno y otro grupo, me declaro autonomista independiente, no formando el antiguo comité liberal que ordenan reorganizarse. Anoche mismo [19 de abril de 1898] he renunciado a la alcaldía, cuya resolución es irrevocable". (El País, 20 de abril de 1898)

La decisión de Giorgetti movilizó rápidamente a Muñoz Rivera.
Aparentemente, en el telegrama en el que se le informaba a Giorgetti de la reuptura de la Unión Autonomista, también se le ordenaba que constituyera un comité liberal muñocista. Las palabras citadas de Giorgetti, más que una declaración de independencia política, parecían anunciar su inminente defección de las filas de Muñoz Rivera, quien luchaba desesperadamente por lograr el dominio absoluto de sus partidarios en la Cámara Insular. Procedió, pues, el líder a telegrafiar a Giorgetti, suplicándole que retirase su dimisión de la alcaldía y pidiéndole que aceptara un puesto en la Cámara. A tal efecto, Muñoz Rivera ya había ordenado a los pueblos del distrito que sustituyeran el nombre de Manuel Fernández Juncos por el de Giorgetti. Pero éste no accedió a la petición, alegando que una persona de los méritos de Fernández Juncos se quedaría sin representación en la Cámara, y afirmando que habría aceptado tan alto cargo si se lo hubiesen ofrecido los representantes del distrito y no como un favor oficial. Todo este asunto le tuvo un sabor amargo a Giorgetti, quien por unos días se retiró de la política activa. No obstante, parece que su filiación seguía siendo muñocista. Para fines de abril se aseguraba que existía en Barceloneta un comité liberal muñocista presidido por Giorgetti.

La crisis de la Guerra Hispanomericana, el cambio de dominación imperial y las nuevas orientaciones de la sociedad puertorriqueña provocarían un ambiente favorable para la fortuna económica y política de Giorgettti. Con una visión poco usual para los negocios, había logrado en poco más de una década expandir sus operaciones agrícolas en todo el distrito de Arecibo. Al mismo tiempo, iba adquiriendo vastas propiedades en distintos puntos de la isla. El nuevo régimen, al abrir sus amplios mercados a la industria azucarera del país, le ofrecía a Giorgetti enormes oportunidades para canalizar sus innatas habilidades financieras.

Mientra tanto, volvía a apoyar sin reparos a su maestro en política, Muñoz Rivera. Ingresó al Partido Federal y luchó activamente contra el Partido Republicano que dominó en Manatí y Barceloneta desde su fundación en 1899. Se sabe que dedicó bastante esfuerzo, energía y dinero a la causa Federal en estos años. En época de elecciones todos esperaban la escena de la llegada de la máquina ferroviaria de vapor "La Columbia" desde la Central Plazuela, carreteando a los obreros en masa para que depositaran sus votos por los federales en los colegios electorales de Manatí. La influencia y el prestigio de Giorgetti tuvieron mucho que ver con el triunfo arrollador del Partido Unión de Puerto Rico en Manatí en 1904. Sería como líder unionista que haría sus principales aportes políticos al país.

No he podido documentar con precisión las causas que indujeron a Giorgettti a trasladar su residencia y centro de operaciones a la capital. Esto ocurrió en 1907, a los cuarenta y un años de edad. Parecería natural que la ampliación de sus actividades financieras le indujeran a buscar en San Juan un escenario más amplio que le permitiera relacionarse mejor y que le facilitara más vías para invertir su creciente capital. Por otro lado, era ampliamente reconocido como uno de los grandes magnates de la industria azucarera. Obviamente, desde la capital podría representar mejor los intereses de la clase a que pertenecía. También pesó en la decisión de Giorgetti una motivación personal y política. La amistad con Muñoz Rivera seguía consolidándose desde 1898. Muñoz Rivera, deseando rodearse de elementos jóvenes y agresivos como Giorgetti, también tuvo que ver con la decisión. Después de todo, el manatieño le había apoyado en las luchas del Partido Federal y luego en las campañas que culminaron con la formación y triunfo del Parido Unión en 1904.

La gran casona-residencia de "Don Eduardo" en el sector residencial de la Parada 20 en Santurce, no tardó en convertirse en un centro de peregrinación casi obligatorio para los máximos líderes de la industria azucarera, la plana mayor del Partido Unión de Puerto Rico y los patricios de otras orientaciones políticas, con quienes Giorgetti generalmente sostenía muy cordiales relaciones. Giorgetti fue buen amigo de Barbosa, a quien admiraba por su valor y demás dotes personales.

Había un motivo adicional para visitar la residencia Giorgetti. Doña "Yuya" Balseiro, su amantísima esposa, había heredado el talento musical y sensibilidad artística que mostraban muchos vástagos de su ilustre familia. Su gusto por las artes plásticas y sus dotes como fina pianista la convirtieron en el núcleo de numerosas veladas en las cuales participaban los elementos más distinguidos de la sociedad capitalina. Giorgetti mismo no mostraba interés especial hacia la música, pero gustaba mucho de las artes plásticas, en particular la escultura. Le complacía mucho prodigar de atenciones y cortesías a sus numerosos y frecuentes invitados.

La fortuna financiera y política de Giorgetti culminó entre los años 1906-1921. En las elecciones entre 1906-1914 salio electo ininterrumpidamente como Delegado a la Cámara por el Partido Unión. Cada vez era mayor su poder e infuencia entre el liderato unionista, lo cual le daba una voz preponderante en las decisiones críticas de la colectividad. En realidad era el alter ego de Muñoz Rivera en Puerto Rico, mientras aquel se desempeñaba como Comisionado Residente en Washington a partir de 1911. Desde ese año se convirtió en el presidente anual de su partido y en 1917, a raíz de la implantación del Acta Jones, representó a sus correligionarios en el primer Senado Insular, de cuyo cuerpo fue electo vice-presidente y Presidente de su Comisión de Hacienda.

Hacia 1921 Giorgetti compartía el liderato máximo del Partido Unión con don Antonio R. Barceló, hasta que renunció irrevocablemente de la vice-presidencia de dicho organismo en agosto del mismo año. Simultáneamente, se agigantaba la imagen del financiero y defensor de la industria de la caña. Los métodos de Giorgetti eran reconocidamente honestos y justos. Sus batallas ante los poderes locales y metropolitanos para lograr tarifas favorables a la indistria local, junto con sus empeñados esfuerzos por proveer a la industria de la caña de los métodos modernos de siembra, cultivo y elaboración, le convirtieron en el cerebro organizador de la Asociación de Productores de Azúcar (1909), de la cual fue su primer Presidente.

Hacia 1910 Giorgetti era presidente de la Plazuela Sugar Company; miembro directivo de la Central Cambalache; Presidente del Banco Territorial y Agrícola de Puerto Rico; socio de la firma Quintero y Compañía. Anteriormente había sido presidente de Puerto Rico Sugar Company, de la Compañía Tabacalera de Puerto Rico y miembro directivo de Insular Dock Company. Con sobrada razón se catalogó a Giorgetti como "uno de los más eminentes financieros se las antillas" y Muñoz Rivera expresó en alguna ocasión que su fraternal amigo tenía la capacidad para "convertir en oro todo lo que tocaba".

[Así fue la figura pública de este prominente manatieño, bastante desconocido por generaciones de su propio pueblo, hasta que le sorprendió la muerte en 1937. Pero, ¿qué tal del ser humano Giorgetti? ¿Cómo era? A continuación, el testimonio de primera mano de un íntimo de sus intimidades, el Dr. José Agustín Balseiro, quien, como recordarán, lo remitió por escrito a Luis Muñoz Marín para que éste, como en efecto lo hizo, me lo enviara a mí. El testimonio se titula Algunos de mis recuerdos de Eduardo Giorgetti]:

Para mí, evocar la figura de Eduardo Giorgetti es tarea de amor. Y no tanto por las inolvidables relaciones de familia – estaba casado con la hermana mayor de mi padre, y era mi padrino – sino por las virtudes que le conocí. Debido a lo primero, estas apreciaciones arrastrarán el riesgo de ser parciales; pero la objetividad con que recuerdo lo segundo acaso cure lo que el afecto podría empañar.

¿Cuáles eran sus características esenciales y sólo conocidas – algunas de ellas – por quienes merecieron su confianza? Sin que el nombre corresponda al orden de superioridad de unas sobre otras, diría: integridad, valor personal y cívico, lealtad, patriotismo y generosidad. No recuerdo que entre no sufrir un dolor de cabeza o luchar por lo que, a su entender fuera justo, desviara su rumbo ideal. Nunca lo vi retroceder si se sentía acompañado de la razón. Así era en política; así era en su empeño irreductible de servirle a Puerto Rico. Cuando ofrecía su mano amiga lo hacía con la llana franqueza ajena a dobleces y recogimientos de conveniencia. Entregó más horas a sentir y pensat la causa de su pueblo que a la de sus intereses individuales. Porque contra lo que puedan imaginar quienes no se enteraban – o sea, quienes no lo conocían entero – Eduardo Giorgetti no era un hombre de negocios. Era un promotor. Imaginativo, emprendedor, con ideas avanzadas – como la de un plan que nunca se puso en marcha de que se organizaran sólo dos centrales azucareras, una en el norte y en el sur la otra. Echaba su semilla y, si no lo entendían o seguían, intuía que el "presente" se niega a que se le adelante el porvenir. Se puede casi contra todo menos contra la estulticia mezclada con la falta de fe.

Viviendo yo, veintiañero en Madrid, inquirí por qué había huelga de trabajadores en todos los periódicos menos en uno. Se me explicó que el inteligente propietario de aquella excepción organizóla a base de que desde el más valioso hasta el más modesto de sus empleados, participara, semestralmente, de los beneficios de la empresa. Habiendo ido Giorgetti a Europa mientras estaba yo allí, y regresando juntos de Francia, le expliqué aquel caso ejemplar. Se entusiasmó. Hasta el punto de manifestar: "Eso haré en nuestra central". Y me hacía preguntas y más preguntas; y se trazaba el cuadro de feliz convivencia a modo de gesto señero. ¡Ah, pero también venía un pariente suyo – a quienes los que no supieron cómo era creyeron liberal – y empezó a oponerse con interesada y terca dialéctica! "¿Te das cuenta de la revolución que desatarás? ¿No ves que los hacendados vecinos harían una guerra que no podríamos soportar? Estarías convirtiéndote en cabeza de socialismo que traería serios conflictos. Y además, no olvides que si eres el accionista principal, hay otros que rechazarían semejante idea. No cuentes conmigo. Y sé que apenas podrías hallar más apoyo que el de un muchacho ajeno a estos asuntos. No vayas a hacer El Quijote…Te repito: ¡No estaría de tu parte!" Así quedó en sueño lo que debió ser magnífica realidad y lo que sabía que, de lanzarse solo, daría contra los impasibles molinos de viento. Pasados los años, muy enfermo ya, me recordó un día: "El mundo avanza y no me dejaron avanzar con él…¡Sí hubiéramos hecho lo que hablamos tú y yo en el Leviathan!..."

Cuando para recaudar fondos al entrar los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, el Presidente Wilson hizo que se sacara a remate público una libra de lana de las ovejas de la Casa Blanca, en los Estados y Territorios de la Nación, se estableció la puja en el entonces llamado Teatro Municipal de San Juan. Un acaudalado español se esforzaba por ser quien la comprara. Y Giorgetti sobrepujaba y sobrepujaba, pese a su buena amistad con el peninsular. La suma al fin pagada superó a las de todas las demás fuera de nuestra isla. El mismo pariente casi le reprochó: "Creo que te excediste". "No", replicó con firmeza. "Quiero a mi amigo y contrincante pero debía ser un puertorriqueño el mejor postor".

Al triunfar la Ley Jones, gracias a los esfuerzos de Luis Muñoz Rivera, e instalarse dos Cámaras en nuestro gobierno – la de Representantes y el Senado – Giorgetti explicó a don Antonio Barceló que debía presentarse en la primera un proyecto para recaudar las rentas internas, siguiendo el patrón del "income tax" concebido por Cordell Hull cuando era uno de los representantes de su Estado a la Cámara en Washington. El señor Barceló acogió la idea con simpatía. Giorgetti procedió a redactarla para que fuera propuesta a la Cámara. No fue poca su lucha. Porque en el comité correspondiente no entendían cómo debía hacerse. Giorgetti dedicó largas horas a explicar en conversaciones particulares hasta que fue aceptada y llevada a los estatutos.

En cuanto sabía el nombre de algún estudiante que carecía de medios para comenzar su carrera profesional, Giorgetti ordenaba a su secretario que le proveyera los medios para venir a la universidad de su elección en Estados Unidos. Y pedía expresamente que, siempre y cuando fuera posible, se mantuviera la dádiva en secreto. Porque le repugnaba darse a conocer como filántropo y no digamos que se supiera de sus larguezas; aunque, en más de una ocasión, por la magnitud del asunto envuelto, fue imposible el silencio.

A fuerza de recorrer mundos y de relacionarme con hombres de importancia, conocí a no pocos caballeros. Pero si he hallado a uno que otro con tanto señorío como él, no recuerdo a ninguno de más señorío que Eduardo Giorgetti. Sabía, y enseñaba, que la única manera digna de hacer un favor es no publicarlo. Y olvidar que se ha hecho. En cuanto se pregona, deja de serlo, para rebajarse a exhibicionismo barato y vulgar.

La extensión de sus amistades era poca en relación al número de sus "conocidos". No se sabía que bajo la capa de serenidad y recogimiento personales latía un corazón sensible, henchido de compasión, a la vez que de combatiente bravura mientras tuvo energía física. Ya amigo, era devoto y fiel, más allá de la muerte de aquellos a quienes admiraba y quería.

En un viaje que hicimos a Italia, no paró hasta dar con el escultor Maccagnani. Le encargó una estatua simbólica de la amistad. La mujer representativa de la misma habría de humillar la cabeza para mirar un libro con esta inscripción: "Hoy y siempre". Al ser derribada en 1923, la antigua casa de Giorgetti – no el palacio luego mutilado por los intereses creados – hizo marcar con exactitud dónde estaba el lecho sobre el que falleció Luis Muñoz Rivera, siete años antes. Y allí mismo, en 1924 – sin noticia pública ni ceremonia oficial – fue ubicada la estatua ordenada al escultor en Roma. Es la misma que vigila ahora el sueño sin sueños del patriota en el íntimo cementerio de Barranquitas donde reposa el amigo predilecto.

No serían los ya señalados los únicos rasgos de elegancia espiritual que le conocimos a Eduardo Giorgetti. Pero son suficientes para revelar su naturaleza recatadamente superior, a manera de índice general de sus virtudes de claro varón.

En Puerto Rico hay muchas calles que llevan su nombre. Hay algunas escuelas que lo repiten. Pero, ¿conoce y recuerda nuestro pueblo lo que fue y cómo fue, o, con un sentido enrarecido de los verdaderos valores humanos, ignora las medidas de su verdadera talla?